Hay otras barreras a la
comunicación que proceden directamente del torpe empleo del lenguaje. En esos
casos, lo que hay que hacer es esforzarse seriamente por aprender a expresarse.
A veces se dice de algunas personas que son buenos comunicadores, porque saben
transmitir sus ideas y sus proyectos con una simpatía que provoca adhesión; y
sin embargo, lo que aportan, más que simpatía, es sobre todo claridad en la
exposición: una idea, y después otra, bien relacionadas entre sí; sabiendo ejemplificar
lo necesario, siguiendo un orden lógico, empleando expresiones claras,
destacando los mensajes que se quieren transmitir, etc.
Para
comunicarse bien es preciso proponerse mejorar la calidad de nuestra
conversación, empezando por el vocabulario: un
vocabulario rico suele corresponder a una interioridad rica, pues cada acto de
habla refleja un acto mental y es una ventana de la propia psicología.
Hay que aprender a manejar
el registro adecuado a cada ocasión: con
el anciano, emplear el lenguaje de la paciencia; con el niño, ponerse a su
nivel, pero sin mostrarse tontamente infantil; tratar al poderoso con
deferencia, pero sin adulación; expresarse con precisión sobre cuestiones
profesionales, pero sin pedantería; en casa y con los amigos, mostrarse
distendido y usar términos más coloquiales, pero sin caer en la vulgaridad;
etc.
Es importante la
cordialidad, no ser personas quisquillosas ni susceptibles. Ni ser como esos cuya
incontinencia verbal parece incapacitarles para escuchar, y van enhebrando un
tema a partir del anterior, conduciendo siempre la conversación hacia un
terreno que les permita hablar sin respiro. Ni voceras, de esos que llenan todo
el espacio donde se encuentran, aunque estén hablando sólo a una persona y haya
otras muchas presentes. Ni personas de conversación confusa o prolija, o
demasiado lenta y premiosa. Ni del tipo metomentodo o sabelotodo, o de esas que
pretenden siempre agotar los temas y consiguen sobre todo agotar a quienes le
escuchan (tampoco hay que pasarse por el otro lado, el del silencioso y
taciturno).
Hay
que buscar ese punto de equilibrio que lleva a hablar con sencillez, sin
afectación, sin auto encumbrarse, refiriéndose poco a uno mismo, siendo buen
escuchador, buen razonador y poco discutidor.
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